Una calurosa tarde en el metro de la ciudad, baje en la estación Pino Suarez para surtir mi obligada necesitad de tines de esos de 3 piezas por 10 pesos, esos calcetines que no duran mucho pero salen más económicos que los demás. También ya que estaba por ahí pase a comprar estambres para mi culpaos gusto de tejer, gusto que he ido desarrollando desde el último año y las únicas dos modelos que tengo es mi cocker blanco con negro llamado Hersheys y una perra más corriente que un poste de luz llamada Negra.
Tras de mis espaldas una gran mochila vacía esperaba ansiosa ser llenada por bolas y bolas de estambre que en el lugar correcto llegan a costas hasta 8 pesos, así que armada de valor me abrí paso entre la gente, que luchaban algunas por entrar y otras por salir sin orden aparente. Cuando por fin entre aventones, jalones y apretones salí del vagón me dispuse a caminar hacia la escalera eléctrica como el 99% de los acalorados mexicanos que íbamos este día.
Aunque para sorpresa de todos, entre la escalera se encontraba una mujer gorda con un altavoz, quien al ver que se acercaba alguien le gritaba: "Los invitamos a realizar ejercicio, subir escaleras reduce el riesgo de enfermedades cardiacas, amigo sube las escaleras y deja este lugar para los ancianos". Así que armada de valor camine hacia ella, convencida de que podría colarme entre el grupo de ancianos que iban decididos a no ejercitarse, sin embargo para mi mala suerte el altavoz me estallo en la cara anunciándome que estaba muy gorda como para tomar la salida fácil.
Esa tarde, mientras comía mi dotación de tacos de canasta, me sentí culpable de los cientos de veces que no he dejado mi lugar a ancianos obesos y niños con problemas de tiroides. "Bueno, que con el calor que se vive adentro quemó más calorías que con sus pinches escaleras" Me dije a mi favor mordiendo mi quinto taco de chicharrón prensado.
RaWwWr!!!
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